Hoy reseño una novedad editorial de máximo interés.

Es una lectura muy recomendable para pianistas, estudiantes, profesores y aficionados exigentes que deseen entender mejor el camino histórico y artístico que ha llevado al piano a ocupar el lugar central que tiene en la música. Un libro docto fruto de miles de horas de escucha atenta y comparada que invita a escuchar, a tocar (¿por qué no?) y a pensar el piano con mayor conciencia y profundidad.

Los pianistas que dejaron huella de Juan Miguel Moreno Calderón es una obra que se sitúa de inmediato como una referencia esencial para cualquier lector interesado en entender el arte de la interpretación pianística del siglo XX desde una perspectiva integral, histórica y profundamente musical.
Publicado recientemente por la editorial Berenice dentro de la colección Sinatra, el libro despliega a lo largo de sus aproximadamente 400 páginas un itinerario vital por las figuras que han definido y redefinido el pianismo del último siglo, capturando no solo datos biográficos, sino lo que verdaderamente distingue a un intérprete inolvidable: su personalidad sonora, su visión estética y su legado interpretativo.
El arte del piano contado a través de quienes lo transformaron
Los pianistas que dejaron huella es una obra que aborda la historia del piano desde un punto de vista tan necesario como a menudo olvidado: el del intérprete como creador de sentido musical. El catedrático Juan Miguel Moreno Calderón, del cual conservo un bonito y especial recuerdo al haber asistido a un curso impartido por él en el ya algo lejano año de 1993, impactándome entonces su sólida erudición; construye un relato en el que el pianista no es un mero transmisor de la partitura, sino un agente activo que, a través de su personalidad, su técnica y su visión estética, puede redefinir el significado de las obras que interpreta. Esta perspectiva convierte el libro en una aportación especialmente valiosa dentro de la literatura contemporánea sobre piano en lengua castellana.
Uno de los grandes méritos del libro es la amplitud y coherencia del conjunto de pianistas seleccionados. El índice no responde a una acumulación arbitraria de nombres célebres, sino a una idea clara de lo que significa “dejar huella” en la historia del piano. Cada pianista incluido representa una manera singular de entender el instrumento y la música, y el autor se detiene en explicar qué rasgos concretos hacen que su legado siga siendo relevante hoy. Esta mirada selectiva y reflexiva distingue el libro de otros trabajos más enciclopédicos o puramente descriptivos.
No son muchas las obras en nuestra lengua que se puedan comparar a esta en su enfoque y densidad. Me encantó precisamente que citara en su introducción la obra del crítico jefe de música de The New York Times Harold C. Schonberg, Los grandes pianistas, que al igual que para él, fue también para mí un libro que supuso un acicate espectacular en mi desarrollo como pianista. Lo devoré, igual que hago con el que comento hoy, y quizá hasta fuera causa que me espoleó a diseñar e impartir en el conservatorio la asignatura optativa de Evolución de la Interpretación Pianística que tanto disfruté, y en la que puse audición (y vídeo en los casos que lo había, la gran mayoría) de todos los pianistas aludidos en el volumen.
Pianistas colosales desfilan por el libro brillando por su idiosincrasia
No quiero dejar de comentar cómo acierta en los brevísimos sobrenombres que da en el propio índice y la presentación de cada capítulo a cada pianista, quienes, con escasas pinceladas léxicas, quedan perfectamente retratados con hondura. Eso es sabiduría pedagogica y divulgativa, dar el máximo contenido con el mínimo número de palabras.
Comenzando por Rachmaninoff (prefiere usar, como explica en su introducción, la forma en que resulta más familiar al público musical en España, y por ello lo escribe "Rajmáninov"), lo sitúa sabiamente entre el objetivismo interpretativo contemporáneo -al que apuntaban Schnabel, Backuaus o Cortot, como cita- y la tradición romántica de intérpretes como Pachmann (realmente extremo), Koczalski (encarnación de la tradición chopiniana), Paderewski (también muy en la línea más radical del pianista poco filológico) o Friedman y Rosenthal (dos de mis pianistas predilectos, debo confesar, como más de una vez he comentado en muchos lugares)...
Figuras como Artur Rubinstein (en la portada) aparecen analizadas desde su capacidad para unir naturalidad, nobleza de sonido y una comprensión profundamente humana del repertorio romántico.
Moreno Calderón subraya cómo su pianismo se caracteriza por una aparente sencillez que es, en realidad, fruto de una inteligencia musical extraordinaria. Desde la perspectiva de un pianista, este enfoque resulta especialmente acertado, ya que pone en valor la musicalidad por encima del virtuosismo exhibicionista y reivindica una forma de tocar basada en el equilibrio y el sentido del discurso.
El libro dedica también una atención cuidadosa a pianistas cuya huella se manifiesta en la radicalidad de su enfoque interpretativo. Glenn Gould es tratado como una figura clave no solo por sus interpretaciones podríamos calificar de excéntricas de Bach, sino por haber cuestionado los propios fundamentos del concierto, la grabación y la relación entre intérprete y obra.
El análisis de su pensamiento musical, de su rechazo de ciertos convencionalismos y de su búsqueda obsesiva de claridad estructural permite comprender por qué Gould sigue siendo un punto de referencia inevitable, incluso para quienes discrepan de sus planteamientos.
En el extremo opuesto (pero igualmente decisivo) se sitúan pianistas como Vladimir Horowitz, cuya relación con el instrumento amplía los límites de lo posible en términos de sonido, color y proyección. El libro acierta al no reducir su figura al virtuosismo, mostrando cómo su manera de tocar está ligada a una imaginación sonora excepcional y a una concepción del piano casi orquestal. Estas reflexiones ayudan al lector a entender por qué Horowitz no es solo un fenómeno técnico, sino una figura central en la historia de la interpretación pianística.
Moreno Calderón presta especial atención a pianistas cuyo legado se basa en una búsqueda casi obsesiva de la perfección sonora y del control absoluto del instrumento. En este sentido, la presencia de Arturo Benedetti Michelangeli resulta fundamental.
El autor describe con precisión cómo su rigor, su exigencia extrema y su concepción escultórica del sonido han influido en generaciones posteriores de pianistas. Desde un punto de vista interpretativo, estas páginas invitan a reflexionar sobre la relación entre técnica, disciplina y expresión artística.
El libro también concede un lugar destacado a pianistas cuya huella se manifiesta en la intensidad emocional y la hondura expresiva de sus interpretaciones. Sviatoslav Richter (a quien pude escuchar en vivo) es presentado como un intérprete de una fuerza interior extraordinaria, capaz de abordar repertorios muy diversos (con ausencias sonoras igualmente) con una honestidad radical. Moreno Calderón analiza con sensibilidad cómo su manera de tocar evita cualquier artificio, centrándose en la verdad musical de cada obra. Esta aproximación resulta especialmente valiosa para comprender un tipo de pianismo que rehúye el protagonismo personal en favor de la obra misma.
La inclusión de figuras como Clara Haskil aporta al libro una dimensión especialmente humana y poética. Su manera de tocar, basada en la transparencia, la pureza de línea y una musicalidad profundamente interiorizada, es analizada como un ejemplo de cómo la grandeza pianística no siempre se manifiesta en gestos grandilocuentes. Estas páginas son especialmente reveladoras para el lector pianista, ya que subrayan la importancia del respeto al texto y de la humildad interpretativa como valores artísticos.
Otro pianista tratado con especial sensibilidad es Dinu Lipatti, cuya figura encarna una síntesis excepcional de rigor, lirismo y equilibrio formal. Moreno Calderón destaca cómo su legado (aunque breve) ha dejado una marca imborrable en la manera de entender el repertorio clásico y romántico. El análisis de su estilo invita a reflexionar sobre la relación entre perfección técnica y grandeza espiritual, una cuestión central en la formación de cualquier intérprete serio.
El libro no olvida a pianistas como Alfred Cortot, cuya huella se encuentra tanto en sus interpretaciones como en su pensamiento intelectual. El autor aborda con honestidad sus virtudes y sus limitaciones técnicas, subrayando que su grandeza reside en una capacidad única para revelar el contenido poético y estructural de la música. Esta mirada equilibrada, lejos de idealizaciones acríticas, refuerza la credibilidad del discurso y enriquece la comprensión histórica del pianismo.
Tampoco olvida a Alicia de Larrocha (con quien tuve el placer de hablar en una ocasión y escucharla en directo), situándola en su verdadero contexto de talla internacional, así como repasa en la página 207 lo más granado de nuestra escuela pianística. Igualmente aparece un capítulo sobre Rafael Orozco, otro de los grandes pianistas del s. XX que también pude escuchar en vivo. El mundo iberoamericano está también representado, así como se mencionan muchos otros, por los argentinos Barenboim y Argerich, el cubano Bolet, el chileno Arrau, el brasileño Freire y la portuguesa Pires, sin olvidar muchas de las grandes pianistas de la historia, que repasa en la página 324.
Y también están: Sokolov (también pude apreciar en directo todas las características que desgrana propias de su arte interpretativo), Fischer, Backhaus, Sofronitski y mis especialmente adorados Lupu, François, Perahia, Schiff... La nómina de pianistas comentados es impresionante e imprescindible.
Su valor reside precisamente en esa capacidad para convertir la admiración en conocimiento y la escucha en reflexión
A lo largo de toda la obra, Moreno Calderón demuestra un conocimiento muy denso de las distintas tradiciones pianísticas y de cómo estas se entrecruzan a lo largo del siglo XX. El lector percibe cómo las escuelas, las influencias culturales y las decisiones personales de cada pianista configuran una red compleja de relaciones que explican la diversidad del arte pianístico. Este enfoque permite entender la historia del piano no como una línea recta, sino como un diálogo continuo entre individualidades irrepetibles.
Desde una perspectiva experta, Los pianistas que dejaron huella es un libro que invita a escuchar con mayor atención y a pensar la interpretación desde un lugar más consciente. No se limita a admirar a los grandes pianistas, sino que ayuda a comprender por qué lo son, qué los diferencia y qué pueden enseñar todavía hoy a intérpretes y oyentes.
Estamos, en definitiva, ante una obra de gran profundidad divulgativa, escrita con pasión, rigor y una clara vocación pedagógica. Un libro que no solo conmemora a los grandes pianistas del siglo pasado (algunos vivos aún), sino que contribuye activamente a mantener vivas sus propuestas, ofreciendo al lector herramientas para apreciarlas con mayor riqueza y sensibilidad. Para cualquier amante del piano, esta obra se convierte en una lectura tan estimulante como necesaria.
Y desde aquí me encantaría animarle a él y a la editorial a incoar la continuación de esta docta obra con los que no están pero también lo merecen: Moiseiwitsch, Casadesus, Novaes, Perlemuter, y la nueva generación (como Kisin, al cual menciona justamente al final), como el mismo autor reconoce ser igualmente reseñables.
Una mirada profunda, lúcida e ineludible a la historia de la interpretación del pianismo a través de sus máximos representantes