Siempre
confundía a Glenn Gould con Friederich Gulda. Y para distinguirlos
me preguntaba “¿Cómo se llama ese pianista que toca algunas cosas
muy bien y muchas muy mal?” Y yo le contestaba sin dudar: ¡Gould!
A lo cual asentía “Ése, ése”. La mejor descripción que he
oído del canadiense. Lo clavaba.
Detestaba
(y creo que con razón) esa manera de tocar con aspavientos,
movimientos del tronco, ondulaciones en la muñeca y en los dedos
como si el piano fuera un instrumento que puede vibrar. El show
en resumen. Y por encima de todo, las patadas en el suelo al cambiar
el pedal. Eso le sacaba de quicio. Te fusilaba con la mirada cuando
levantabas el talón del suelo “El pianista sólo tiene dos puntos
de apoyo: los talones y las posaderas”. Fíjense que no citaba las
manos como punto de apoyo. Preconizaba una postura casi inmóvil,
hierática. Y es que para él el problema era que la mayoría de los
pianistas ponían demasiado peso a la hora de tocar “…sobre
todo las mujeres, no sé por qué. Probablemente por pensar que no
van a tener suficiente fuerza…” Siempre usaba la misma
comparación “Para bajar una tecla se necesitan unos 40 gramos.
Dependiendo de la constitución del intérprete, entre mano, muñeca,
brazo y antebrazo, codo y hombro tienes entre 3 y 5 kilos. Peso no te
faltará nunca hijo”. Dicho de otra manera, lo difícil no es tocar
forte sino piano. De ahí que siempre recomendaba
estudiar piano “así aumentará tu paleta sonora”. Y de
paso te ahorras una tendinitis. Bingo.
“Nunca
he tenido alumnos superdotados. Pero sí que he tenido muchos padres
de alumnos superdotados”. Ya entenderá el lector por dónde van
los tiros. Socarronería baturra.
De
todas formas también tenía sus rarezas. Entonces para mí eran
cosas incomprensibles, me parecían caprichos de anciano. Ahora 20
años después, empiezo a captarlas. Las semi corcheas en El
Puerto por ejemplo: me mandaba hacer seisillos, directamente.
Aunque no lo ponga en el papel. ¿Explicación? Sencillísima: “Lo
siento mucho, me gusta más”.
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