Había una vez un reino de taifa situado donde los vientos de levante soplaban con más fuerza musical. En un pueblito de ese lugar había una casa de música que había sido construída piedra a piedra con el dinero de todos sus habitantes.
Cada uno contribuyó con su sudor dándole al recaudador real el diezmo, la décima parte de su cosecha. Ni que decir tiene que cada año este diezmo subía mientras sus emolumentos "diezmaban". Aún así de uno se llevaron diez naranjas (produjo cien), de otro diez sacos de almendras (produjo cien también), de uno intentaron llevarse diez ladrillos de adobe (quedó pendiente, ya que ese año no produjo ninguno)...
El caso es que nadie sabe cómo, una vez construído ese magnífico recinto comunal, los beneficios que obtuviesen (o no) fueron a parar a manos de personas ajenas al lugar que no repartían con los aldeanos...
Esto fue tolerado por los aldeanos (todavía me pregunto por qué no cogieron sus guadañas y se levantaron en rebelión, supongo que tenían miedo de perder las últimas migajas que les concedían) hasta que pasó la siguiente historia que os voy a relatar.
Fue anunciado con bombo y platillos de la época (panderos y tinajas, timbaletas y crótalos...) la actuación de un grupo de trovadores del mismo . Entre estos bardos había un tocador de lira percutida. Se le dijo que sería invitado al acto rapsódico y quiso contribuir regalando su actuación a sus convecinos, sabiendo que el presente que les hacía valía mucho, pero era así de sentimental y en esa ocasión no pidió su saco correspondiente de sal en justa correspondencia (su "salario").
Pero.... hete aquí que los mandamases que se habían apropiado temporalmente del llar musical y no daban cuenta pública transparente, clara y diáfana de sus fechorías, exigieron una vez habían aceptado esta representación que incluía la lira percutida y pasado mucho tiempo, tanto que se aproximaba mucho la fecha fijada, (pienso que creían que iban a jugar con la ilusión por tocar de los troveros), exigieron, como iba declamándoos, que pagase un diezmo el propio músico en concepto de mantenimiento de la lira percutida que debía aportar el teatro. En todas las casas de la música del orbe jamás se fiziera tal cosa, pues este aedo había actuado en diversas casas de música de todo el universo conocido. Este trovador piensa y no calla que el mundo es redondo aunque se juegue la vida cantando esto. Si lo es la posteridad lo dirá, ahora estamos en tiempos oscuros, pero no me cabe duda de que la luz tarde o temprano se hará sobre estos lares. Pues, como es sabido de todos, las liras percutidas pesaban como cinco vacas, por eso en todos lados eran "acicaladas", preparadas, afinadas con esmero y mantenían pulcramente con cuita, cuidándose muy mucho los encargados de dichos aperos de trabajo músico-celestial que estuvieran siempre bien templados y en perfecto estado de uso y disfrute. Me refiero por supuesto a los dueños de las casas de música no los músicos que iban de casa en casa por no poder transportar estas maquinarias musicales que ofrecen tanto regocijo comunal.
No sólo se le pidió al trovador (lo cual era ya de por sí inaudito en cualquier comarca colindante) que si quería usar la lira pagase una afinación (cosa que no era necesaria pues el vate era un experto templador y disponía de los enseres necesarios para tal labor y del oído inspirado por las musas), sino que, agarráos a la montura, oh caballeros y princesas que me prestáis atención, pidiéronle que pagase cuatro veces el diezmo!
Por un lado se le refería que la lira no estaba preparada (cosa que no pudo comprobar, pues el recitador, que no bufón, se presentó ni corto ni perezoso en la casa de la música y pidió probar el instrumento (hecho que tampoco necesitaba para sí, dada su experiencia trovando en otros reinos) y recibió impedimentos... Pensó "estoy aquí, la lira está aquí" y un vasallo del malvado y abyecto que se ha apropiado del recinto me pone condicionamientos, cuando mi agenda no me permite adaptarme a otra fecha...
O sea, que referían que la lira no estaba preparada, aunque nunca se supo y mucho puede pensarse que sí lo estaba de otro anterior festival rapsódico, ya que estas liras sostienen su afinación por meses; pero no se le dejaba al bardo comprobarlo in situ, dificultándosele el conocer el estado. Y por otro lado debía de costear cuatro veces más de lo que suponía (sin dar nadie información de a qué faltriqueras irían a pagar los emolumentos de más que pretendían cobrar).
Menuda historia insólita!
Como habréis escuchado bien, este juglar que os canta ha pronunciado anteriormente "debía de", que significa en este romance castellano "posibilidad" y no "debe" sin de, que en nuestra naciente poesía significa "obligación". Efectivamente, el juglar no pagó tan injusto diezmo, ya que obligación no tenía él, pues en ningún lugar del esta tierra que dicen plana se ha hecho nunca jamás.
El juglar se presentó ante la distinguida corte y esperó a que le proporcionasen el pesado instrumento... Viendo que no había la cortesía debida hacia él de facilitarle la percutiente lira hizo una graciosa genuflexión, calló (esta vez) y sentose entre las damas allí congregadas a escuchar a los otros músicos, que podían llevar sus propios ingenios sonoros dado su leve pesar. No sin comentar el hecho acaecido a los allí presentes en pequeña compañía.
Aprended de este ejemplo, troveros de Iberia y de otros parajes y dad difusión de este tipo de tropelías para mayor escarnio de los que las pretendan ejecutar. Que los vientos de vuestros instrumentos soplen con más ahínco y lleven un mensaje de honestidad y justicia allende nuestros límites y se conviertan en huracanes que limpien las villas de viles villanos que pretendan abusar de vuestra generosidad tomandoos por ilusos e intando apropiarse de lo que no es suyo .
Y colorín colorado esta fábula se ha acabado, y quien no levante el final de su regia espalda se le queda pegado (al trono). Y el juglar que esta historia os narró no percibió nada salvo el generoso aplauso de su audiencia al declamar la misma (y él sonríe hacia adentro porque sabe que vale más por lo que calló que por lo que contó, y algún día quizá pudiere revelar señas completas de los fazedores reales de esta fábula :)
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- Agustín Manuel Martínez
- Profesor pianista experto en improvisación multi-estilos (modernos, clásicos y populares) y música española. Musicógrafo. Distinguido en Global Music Awards (EEUU). 1er Premio Concurso Piano Maestro Serrano (Palau de la Música, Valencia). Especializado en Falla. Estrena Improvisaciones Albéniz y Granados (Boileau). Revistas: Música y Educación, Allegro, Ad Libitum, Polifonía, ArtsEduca. Coautor: 29 Maneras concebir silencio (Univ. Jaume I), Canto Natural (Bromera). Coord: Los poetas ante la música (Bubok). Autor: Piano Creativo -2 volúmenes- (Rivera), Piano Español (Lulú), Homenaje a Tomás Bretón (Boileau), Aprende a Improvisar al Piano (Redbook)