¿Cuál es la primera experiencia
que recuerdas con la música y/o el piano?
Desde muy pequeño recuerdo a mi madre
cantar durante todo el día y me embelesaba escuchándola. Pero el
piano no comencé a estudiarlo hasta los 14 años. Tuve dos maestros
muy dispares, Federico Masmitjá, un gran pianista de jazz, y Jaime
Más Porcel, que estudió en Paris con Alfred Cortot y Wanda
Landowska. Un cóctel realmente explosivo.
¿Qué personalidad musical crees
que te influyó más en tu carrera?
Las clases con Eduardo del Pueyo en
Bruselas marcaron mi vida musical. Su visión amplia y a la vez
austera del piano me ofreció un modelo para reinterpretar las
enseñanzas que había recibido hasta entonces y el equilibrio
necesario para construir mi propio pensamiento.
¿Cuál era el estilo o el
compositor que más te gustaba estudiar de joven?
De joven me seducía la fantasía de
las líneas en Chopin y Mendelssohn.
¿En qué repertorio te sientes más
a gusto en la actualidad?
Hoy me siento más identificado con las
formas sintéticas y la gestualidad de un Schumann o un Prokofiev.
Cuéntanos, por favor, alguna
experiencia o anécdota que te venga a la memoria que tenga que ver
con el piano (en algún curso, o concierto...)
En una ocasión interpretando la Op. 11
de Schoenberg en Cáceres, las ruedas del piano no estaban bien
fijadas y al llegar el tercer movimiento el instrumento comenzó a
desplazarse por la ligera pendiente del escenario. Tuve que dejar de
tocar y agarrarlo con firmeza para evitar algún disgusto. Después
de recolocar la banqueta comenté en voz alta “¡Por lo visto, al
piano no le gusta la música de Schoenberg!”
¿Qué opinas de la situación
actual de la enseñanza de la música?
El afán legítimo por el dominio de la
técnica y por tratar de captar el mensaje del compositor han hecho
que la expresividad del intérprete se haya relegado a un segundo
plano. Creo que la enseñanza instrumental debe encontrar los cauces
para desarrollar la creatividad y el lenguaje propio de cada
individuo, en el que pueda llegar a sentirse identificado.
¿Cuáles son tus pianistas
favoritos?
Me gusta encontrar en cada pianista,
por modesto que sea, aquello de auténtico que ofrece. No tengo
pianistas favoritos en el sentido de sentir devoción por ellos,
aunque sí hacia sus interpretaciones de un estilo o un autor
determinado, como el caso de Claudio Arrau con Liszt o Mitsuko Uchida
con Mozart.
¿Crees que es útil a los pianistas
conocer recursos sobre improvisación? ¿Por qué? ¿En qué medida
crees que es necesaria la creatividad para el pianista?
Estoy convencido de que la adquisición
del lenguaje musical no puede hacerse únicamente desde el estudio de
las partituras, como no aprendemos a hablar leyendo libros. La
interpretación musical es un fenómeno mucho más complejo y
diverso, que implica explorar permanentemente las estructuras del
lenguaje musical y las posibilidades de manifestarnos, como
pianistas, a nosotros mismos a través del teclado. La improvisación
es una vía extraordinaria para afinarnos con el instrumento.
¿Qué proyectos musicales tienes en
mente realizar?
Los compromisos de los últimos años
me han impedido publicar mi tesis doctoral sobre la estética musical
de Manuel de Falla. Cuento para ello con el apoyo de la Fundación
Archivo Manuel de Falla, pero soy yo quien tiene que abordar
definitivamente la cuestión. Por otra parte tengo abierto un
proyecto de investigación muy ambicioso sobre la gestualidad
pianística y las relaciones entre la escritura, el movimiento y el
lenguaje musical.
¿Qué consejo o recomendaciones
darías a los que empiezan ahora a estudiar este instrumento?
Al margen de los consejos musicales, yo
recomendaría a quienes empiezan ahora sus estudios superiores de
piano que intenten diseñar un perfil profesional singular,
formándose en aquello que mejor se adapte a sus capacidades y
afinidades, de modo que al terminar los estudios puedan llegar a ser
realmente competitivos y atractivos como músicos.
¿Quieres añadir algo más sobre tu
relación con el piano?
Como compositor y pianista veo la
interpretación musical como dos caras de una misma moneda. El piano
tiene que convertirse en una prolongación de nuestro propio cuerpo,
y a través de esa identificación orgánica del gesto con las
condiciones mecánicas del instrumento, el sonido pianístico se
convertirá en nuestra propia voz.