Iniciamos hoy una serie con los recuerdos del extraordinario pianista Miguel Baselga de su legendario profesor, Eduardo del Pueyo. Espero os parezcan interesantes estas entregas plagadas de anécdotas, datos interesantes y conocimientos sin precio y gran valor.
Le
llamaba Don Eduardo. A mí, aquello de llamar a alguien Maestro me
parecía un acto de servilismo intolerable a mis 18 años. Lo que no
sabía por entonces es que en este mundo del hampa, del bedel para
arriba a todo el mundo se le llama maestro. Así que sin quererlo, en
vez de apearle en el tratamiento en realidad se lo incrementaba.
Miren por dónde, ahora me alegro. Muchas veces ocurre esto, te crees
que estás haciendo algo en una dirección y sin saberlo en realidad
estás haciendo justo lo contrario. Recuerdo que una vez me dijo al
hilo de la 3ª sonata de Prokofieff “siempre sabemos a qué
queremos llegar, hacia dónde nos gustaría ir, a quien nos gustaría
parecernos pero como nuestras auténticas virtudes, aquellas que
hacen de nosotros lo que en realidad somos, seres únicos y que
deberíamos potenciar para mejorar, son tan espontáneas y naturales
que ni siquiera las vemos y ahí quedan sin más”.
O
dicho de otra manera, que no solemos ver lo que tenemos en frente de
nuestras propias narices. Y yo me preguntaba ¿y esto a qué viene?
Pues porque toqué la dichosa sonata a un tempo endiablado y me
corrigió con un tajante “Esto está demasiado rápido”. A lo
cual, mis 18 años de rebeldía le contestaron categóricamente “Lo
siento, a mí me gusta así”. Don Eduardo arqueó una ceja y sin
dejar de mirarme, en un tono pausado y con una media sonrisa zanjó
la discusión “pues si te gusta es que estás mal educado hijo,
porque no te debería de gustar”.
Ah por
cierto, tenía razón. Iba rapidísimo.
Pero
ya saben aquello de ser comunista con 18 años y seguir siéndolo con
40. Yo ahora lo aplico al tempo. Si no tocas demasiado rápido
con 18 es que no tienes corazón y si sigues corriendo con 40 es que
te falta un hervor.